La lluvia cala mis huesos. Y mis huesos son de papel.
Barre la putrefacción del pasado. Llena el futuro de húmedas promesas.
Las que yo quiera. Sólo las que yo quiera, mientras dome el caballo salvaje de la memoria. No quiero devoradores de presentes, no quiero destructores de nuevas ilusiones.
Todo lo que siembre será sin la memoria, pero no sin la esperanza de sus frutos.
Y si alguna brisa del pasado retorna, que sea la belleza del amor, la que alimenta la felicidad.
La amabilidad de un gesto, de unas palabras, de una sonrisa, de una caricia a pesar, a veces, de la vida.
A pesar de la amargura de aquellos que sólo nos enseñan el lado más oscuro de nosotros y del mundo, con sus destructivas palabras, con sus corrompidas manos.
Y a pesar también... de nuestra propia Sombra.
(He retornado muy tarde y no espero nada. No me importa quien me escriba ni quien me lea. Tampoco sé si responderé ni a quién. Vuelvo por el placer de volver, aunque sea al vacío. Pensé en destruir todo y construir de nuevo, pero que mas da, si el camino andado no influye para explorar caminos nuevos, en especial para no cometer los errores que nos desviaron. O para abandonar de nuevo si no podemos respirar.)