Lo miras desde lejos
como si fuera
algo que sólo sucede a quien lo habita,
eso que acelera cada instante
al consumir sus estaciones
y se bebe sin pausa
cada día
hasta que llega al último destino.
Muy cerca,
tras el cristal de su vagón maduro y gris,
la pasajera grita:
Yo también te veo, mírame,
soy tú.