QUIERO


Cierran todos los bancos por tu culpa
si tus labios devoran
mis células caídas
y huyen los corruptos y los déspotas
si tu lengua
ensancha las grutas de mi dermis.
Mas no quiero que cierren ni que huyan
los que robaron tantos besos
con las estériles cifras de sus páramos.
Quiero que paguen los milímetros
de piel arrebatada,
de saliva sedienta y luz de carne
asesinadas por sus euros.
Quiero amor que fundamos
el verbo en los caminos
donde las divisiones siempre suman
cuando multiplicamos los latidos,
donde la muerte abandona su guadaña
contra el gorrión y la paloma.
Quiero, amor, que me mires
cuando enterremos con gemidos las facturas
en la humedad de las caricias,
cuando el orgasmo nos reviente con su beso
las cuentas y el horario.


VERTEDERO


Enrique miró al cielo; por fin la tormenta​ se alejaba y habría trabajo para todo el pueblo. La mayoría de sus habitantes recogerían los restos arrojados a la playa por el oleaje, pero los que tenían barca, como él, se adentrarían en el mar para arrastrar con las redes hacia la orilla aquello que ensuciaba el itinerario de los trasatlánticos y yates de lujo. No podía quejarse: aunque los ayuntamientos y empresas turísticas solo pagaban cinco euros por cien kilos de basura, vivía bien desde que el Mediterráneo vomitaba​, además de los innumerables plásticos y latas, miles de cadáveres.

CRUENTOLANDIA


Está perdiendo el Príncipe sus cruentos:
a Cenicienta ya no le gustan los tacones,
Belladurmiente prefiere seguir soñando,
y Blanca se ha casado con los siete enanitos.
Está tan triste el Príncipe sin cruento
de púberes princesas de himen santo
que su madrastra se ha arrojado al culebrón
donde las chicas malas sufren todavía
y el patriarca invoca la moral tradicional
entre partidos de fútbol y prostíbulos.
Mas el Príncipe no pierde la cruentitis
y se ha apuntado a un grupo de autoayuda
contra la extinción del macho ibérico
que le promete un puesto en Cruentolandia
y una empleada de hogar virgen y muda
con uniforme de princesa sin salario.


PROYECCIÓN


Aquel zombi le dio tanto asco que no quiso mirar. Cuando se encendieron las luces, salió del cine con un suspiro de satisfacción y la mochila llena de cerebros.


EL MUERTO


La nieve gana espacio en tu mirada;
no hay más luz que el filo de su hielo
sin la húmeda sal de las heridas.
Tus manos, congeladas, sepultan a tus pies
entre las sombras: el agua se secó
al apagar el fuego y tu tierra sin luz,
endurecida en lápida,
respira con placer el humo del olvido
que oculta la fecha de tu entierro.
Aún crees en los latidos pero tu pulso
es sólo el aullido de un fantasma.


EL DÍA DE LOS VIVOS



La fiesta se celebraba en el Castillo de Bran. Un poderoso y conocido rumano, al que yo había concedido el deseo de retrasar mi visita oficial por quinta vez, utilizó sus influencias para que nos cedieran el gran salón. Lo decoraron discretamente, con globos fluorescentes de todos los colores entre los antiguos candelabros y antorchas, y con varios proyectores de luces de discoteca conectados a un equipo musical de quinientos vatios situado delante de la chimenea. En el extremo opuesto del salón, sobre una enorme mesa de caoba cubierta por un mantel de fino encaje negro, yo había colocado un abundante surtido de bebidas alcohólicas, copas de Riedel, servilletas rojas de seda india, un juego completo de afilados cuchillos Sakai y una esbelta urna de mármol negro con flores marchitas.

Frankenstein, el más rebelde de mis invitados, llegó con una ostentosa melena que combinaba muy bien con sus ropas de rockero de los años setenta. Me explicó que se había dejado crecer los cabellos y patillas para cubrir las horribles cicatrices de su rostro. Yo le sugerí que controlara la ingesta alcohólica, por si en el baile se le saltaba algún tornillo y nos sacudía con la guitarra eléctrica que colgaba de su hombro izquierdo. No le caíamos muy bien.

Míster Wolf apareció con todo el cuerpo depilado para no ensuciar su elegante traje de Armani, y parecía el presidente de una multinacional con su maletín de ejecutivo. Me reveló que en él guardaba el hacha, escondida entre abundantes acciones de bolsa, que utilizaba en los días sin luna llena. Siempre iba preparado para descuartizar.

Nosferatu vino con el rostro y el cráneo calvo de siempre maquillados para ocultar su palidez. Los pelados como él, me contó, estaban de moda en el mundo de los vivos. También se había limado los afilados dientes que crecían al instante con el aroma de la sangre infantil. Su mayor problema era la ropa: conservador en exceso, seguía añadiendo el alzacuello blanco a su tradicional levita.

La Malvada Bruja, que entró con su nueva escoba Mercedes por una de las ventanas, había sustituido el look gótico por un sofisticado vestido esmeralda de Chanel, y su colgante con pentáculo invertido por una gargantilla de diamantes, pero lo que más me impactó de ella fue la visión de su melena negra, siempre suelta y alborotada, recogida con pulcritud bajo una enorme pamela azul cobalto a juego con sus Manolos de altísimo tacón.

Don Momia me confesó al llegar que no lo había tenido fácil, pues su aspecto era peor si se despojaba de las vendas —su interior estaba bastante pútrido—, así que optó por cubrirse la cabeza con un casco y, para ocultarse mejor, se escondió dentro un extraño traje gris bien acolchado, que aumentaba bastante su volumen corporal. A no ser por la porra y las esposas que colgaban de su cinturón, nadie de la fiesta habría adivinado de qué iba vestido.

El último en entrar fue Zombie, y el que menos había cambiado de aspecto a causa de su cabeza sin cerebro. Aunque sí se había colocado, en el trozo de cuello que le quedaba, una pancarta que decía: «Partido Muerto. Vótame». El pobrecillo había perdido una mano por su adicción a meterla en bolsillos ajenos.

En cambio, a mí nunca me resultaba difícil elegir mi apariencia, a pesar de mi extrema delgadez, porque era la más vieja y fuerte de todos. Para aquel día tan señalado, disimulé mi osamenta bajo un uniforme de coronel de la Armada y oculté la calavera de mi rostro con una máscara antigás.

A las veinticuatro horas en punto di comienzo a la fiesta disparando a los globos con la ametralladora que sustituía a mi clásica guadaña, antes de pronunciar el discurso de bienvenida:

—Quiero agradeceros la asistencia a este carnaval de mortales con el que celebramos hoy, día uno de noviembre, el Día de los Vivos. Y como hace mucho tiempo que no nos reunimos, os he traído una cena templada muy especial para acompañar la bebida durante el baile.

Activé la música, llené dos copas con un Vega Sicilia de reserva y abrí la puerta del salón a una pareja humana, joven y con pulso, disfrazada de algunos de nosotros.


RADIOGRAFÍA


Si fuese una cebolla y se dejara desnudar,
bajo la irónica palabra y la sonrisa fácil
encontrarías el músculo cansado de la lágrima,
y adentro, tras el calcio que pudo ser diamante
y se quedó en astilla,
hallarías el miedo ingerido con la infancia,
la médula fatídica que el vientre de este mundo
defeca en los más desamparados, los cuerpos de mujer,
en el pulmón que no respira su excremento.
Y al fondo, en las profundidades de lo mínimo,
donde el verbo empieza a conjugarse
y el alfabeto es todavía un arcoiris
aprendiendo las notas musicales
al ritmo de la luz,
escucharías
un verso a punto de cebolla.

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Sara coge la pluma. En los últimos días escribe mal. A veces no sale la tinta. A veces ésta cambia. La está abandonando, como hizo Miguel.

Le costó cara. Pensó que el alto precio sería sinónimo de calidad y duración, pero está muriendo antes de lo previsto, igual que sucedió con Miguel. La prueba de nuevo. Se desliza con negra fluidez sobre tres páginas. A la cuarta, fluye en rojo. Sustituye el cartucho. Funciona unos segundos hasta que silencia todos los nombres, excepto Miguel. Intenta trazar otras palabras. Inútil hasta que escribe Adiós, en rojo. La avalancha de imágenes paraliza la mano.

Las primeras indiferencias. Las disputas. El golpe. La sangre en los labios partidos de Sara. El miedo es una pluma que no puede escribir. La estilográfica contra el vacío como refugio. El cuarto día, como fin. Un jueves se quedó sin tinta y penetró el cuerpo masculino. Adiós en rojo, Miguel.


VERSÍVULA


Te irás como viniste,
con ímpetu de trueno
y ráfagas de noches en la luz
del incierto placer de tus paréntesis.

Esdrújula del son, acento en la planicie,
te burlas de las alas con ansia submarina
y entregas a la tierra el ritmo de las nubes.

No te importan los ciegos que enumeran tu canto
ni el aplauso del brillo a tu mirada,
solo quieres el nombre invisible de los gritos,
el útero donde se escribe la sonrisa,
y todas las páginas del verbo.


SOMNITRIA


 En los últimos tres meses solo conseguía dormir con la luz y la radio encendidas, así que deducí que mi continuo cansancio se debía a una alteración del sueño y solicité cita en una clínica muy anunciada por televisión. «Con nuestro tratamiento dormirá tan profundamente que la extrema fatiga no volverá a agotarla», dijo sonriendo la doctora Alicia Pérez, directora del Centro Somnitria.

Me condujo hasta una bonita habitación y me advirtió que la primera noche debía dormir sin ruidos. No fue fácil: un incesante parloteo invadió mi cabeza y tuve que inspirar y expirar muchas veces para callarlo, pero poco después un chisporroteo me sobresaltó y abrí los ojos. Al ver la intensa negrura que me envolvía, salté de la cama e intenté encender la luz. De pronto, el oscuro vacío empezó a murmurar tétricas letanías hasta que una gélida mano rozó mi espalda.

Suspiré aliviada al escuchar la voz de la doctora Alicia. Me felicitó por tolerar con valor unos minutos de silenciosa oscuridad, tan imprescindible para su trabajo, y me aconsejó que permaneciera muy quieta porque no tenía bien afilada la guadaña.


EL HIMNO DEL Ó


La forma de tu forma
te delata
a ser sólo una chispa
de mi fuego.

Es mi O singular,
tu A sólo género
plural.

Quédate como musa
moldeada,
déjame los laureles
y el Olimpo.
Tu nombre apagaré
desde mi trono.

Es mi O singular,
tu A sólo género
plural.

Te permito latir, pero en la sombra.


EL HUECO

 Lo abrió al comienzo de su carrera, pero era tan insignificante que no contuvo los remordimientos. Dos años más tarde, cuando consiguió agrandarlo, ascendió a director de Recursos Humanos y pudo ejecutar su primer ERE sin problemas. No se inmutó con las súplicas de los compañeros de trabajo despedidos, ni por las lágrimas de la novia que abandonó después. Tampoco dudó en cambiar el número de teléfono para que sus padres dejaran de molestarlo con sus dolencias y reproches.

Ahora tenía nuevos amigos, tan imperturbables como él; gracias a ellos pronto ingresaría en un famoso club mundial que solo admitía personalidades selectas y poderosas. Necesitaban hombres de grandes huecos en el incipiente Cuarto Reich.


MANZANA


No es fácil ser manzana,
caer al mundo con la cruz
de fruta prohibida
por la lujuria que despiertan
mis curvas en los ángulos.
No es fácil ser manzana
si todas las bocas y gusanos
con avidez de lengua o mariposa
intentan liberar mi corazón
arrancándome los sueños
a mordiscos.


BESTSELLER


 «Al anochecer del día señalado, el desconocido entró tras la joven en el ascensor con un tímido 'gracias, voy al cuarto'. La chica lo miró y le sonrió; él esquivó sus ojos y abrió y cerró las manos dentro de los bolsillos, inquieto a pesar de que había practicado con el maniquí oculto en el armario de su habitación...»

Aplausos. Firmas. Y nuevas presentaciones, entrevistas, conferencias y más aplausos, entre decenas de fiestas, lujos y amoríos. Tres meses intensos que disfrutó sin límites, consciente de la fugacidad del éxito. Después, otro ocupó su lugar y le poseyó el vacío. Las palabras surgían sin fluidez y las historias eran tópicas y aburridas. Por mucho que se esforzara, carecía de la exuberante imaginación de otros escritores de género negro, y el dinero se le estaba terminando.

No le quedaba más remedio que escribir la nueva novela con la técnica que había convertido su libro anterior en un best seller. Pronto buscaría a la segunda víctima.

TRÍPTICO


Leona de la luna, mariposa del páramo,
aún latías en larva cuando el grito rompió
y tiñó con su sangre las horas de tu verbo:
qué pronto viste el circo, su carnaval de látigos.

No supiste quién eras, los espejos mentían
y entre tanta tiniebla la piel como una sombra
ocultando su herida y luz a la ceguera,
máscaras sin control para un mundo caído.

En este paraíso sin pulso de las cifras,
donde dioses numéricos siembran terror y hambre
y convierten en presas a los nadies sin voz,
persistes en el verso con destino de estrofa.


LA PRESA

La sombra acecha tras la esquina de una calle anónima. Imagina a su presa por el repiqueteo de los zapatos sobre la acera: los pasos cortos, rápidos y desiguales le revelan a una mujer joven, delgada y algo ebria; una zorra que vuelve a casa sola después de una noche desenfrenada; otra putita más que no podrá escapar de él gracias al ajustado vestido corto y los taconazos que utiliza para provocar. Se asoma hacia el sonido de los pasos con una mano en la bragueta, deseando que la realidad confirme su perversa fantasía, pero sólo consigue ver la oscura forma que se abalanza sobre él.

Hola machote, ¿me esperabas? —dice una voz femenina.

El cazador observa a la que acaba de agarrarle el cuello: sudadera con capucha roja, vaqueros, zapatos de tacón bajo... Cómo no, piensa, sólo una marimacho de gimnasio podría tener tanta fuerza. Cierra las manos e intenta golpearla. La mujer esquiva los puñetazos y le inmoviliza los fornidos brazos contra la pared; a continuación, aproxima su rostro al del hombre y sonríe.

Él mira asombrado la boca de gruesos labios granates: nunca ha visto unos dientes tan afilados.

AMISTAD

    Hablemos de las sonrisas sepultadas en los abismos interiores;
    hablemos de los abrazos que agonizan
    entre los dientes insaciables de este mundo;
    hablemos de esos ángeles de carne
    con sueños gigantescos como alas y lágrimas terrestres
    que sufren demasiado para morir temprano
    y nunca aparecen en los libros sagrados ni en la Historia
    aunque sepan amar como el latido,
    a cien cálidas sonrisas por minuto
    y un abrazo al instante con luz en las pupilas.
    Hablemos, sobre todo, de esas manos cercanas que liberan,
    con solo su amistad, lo mejor de nosotros.


EL OTRO


La alarma avisó que se aproximaba la hora de cerrar la reja del balcón y cubrir las ventanas con las gruesas cortinas. Quince minutos antes, las imágenes televisivas habían informado que debíamos permanecer en las sombras para ocultarnos de Los Otros, advirtiendo del peligro de mirarlos si nos encontraban, pues entonces abrían la boca para contagiar su infección irreversible y otras mutaciones que nos convertían en monstruos como ellos.

De pronto escuché sonidos extraños en la reja. Agarré el cuchillo más grande de la cocina y caminé despacio hacia el salón, en donde descubrí que el lateral de la cortina se había enganchado en la barra, revelando mi oscuridad al exterior.

Esperé a que mi indiferencia lo agotara, pero El Otro siguió entonando su horrible ruido hasta que desgarré la cortina a cuchilladas. El engendro se quedó inmóvil, mirándome. Yo también lo miré, aterrado por su extrema fealdad. Aquel ser era tan asqueroso que su piel no supuraba ni olía a fosa, aunque lo que más me horrorizó fue el repugnante movimiento de sus siniestros labios sonrosados al emitir de nuevo los repelentes sonidos que me volvían loco, esos que las imágenes diarias nos mostraban como contagiosas y letales Palabras.

ÁBREME


Entreabierta te ofrezco,

como una sonrisa vertical

sedienta de tu entrada,

el húmedo claroscuro

del misterio.


Ven,

desanuda las pesadillas

que encadenan tus pasos

y desnuda mi vientre,

o duérmete en el reloj

inmóvil de la duda

donde lloras tus sueños paralíticos.


LA ESPERA

 El gruñido oxidado de la puerta principal interrumpe el silencio de la casa. «¡Han vuelto!», piensa Rosaura. Sus padres viajan mucho por motivos de trabajo, pero esta es la primera vez que la dejan tanto tiempo sin canguro. Al principio temió que hubieran sufrido un accidente, porque tampoco sonaba el teléfono... hasta que al tercer día los llamó y escuchó a ambos preguntando sin cesar «quién es». Entonces sospechó que sus triunfadores papis estaban enfadados por las mediocres notas escolares de la hija; o quizá era que la habían castigado por no hablarles desde que empezaron a pelearse cuando coincidían en casa; o, tal vez, pensaban que la huraña niña de doce años ya podía arreglárselas sola.
Rosaura siente la ira ralentizar sus pasos escalón a escalón.Ya no tiene ganas de abrazarlos, aunque continúa descendiendo para gritarles la rabia que va tiñendo de rojo su vestido.
El alarido estremece la araña del recibidor. La pareja mira estupefacta al techo: ella le dice a él que no hay viento; él le contesta a ella que la casa no está sobre zona sísmica. Rosaura vuelve a la habitación para seguir esperando a sus padres.

ÚLTIMO PARÉNTESIS

Lo encontró frente a ella, más alto que la gente,
y sobre él, su brazo; y sobre éste la bandeja:
receta deliciosa de alimentos todavía sin sustantivo.
Ella quiere probarla, la desea muchas horas
después de que él se marche. La busca, lo busca
en los alrededores, pero nadie recuerda
el nombre desconocido del manjar. De pronto
mira la cumbre que se alza
sobre la metrópoli.
Es tan alta.
Vértigo.
(...)
Veo desde aquí
toda La Tierra sin esquinas.
En La Montaña del Fin del Mundo
esperamos atentos al fondo de las nubes: vienen.

El lado oscuro de Facebook

(Mi foto de perfil en Selti ma, la cuenta inhabilitada por Facebook)

Hace unos días mi cuenta en Facebook fue inhabilitada sin aviso ni explicación, por lo que me animé a crear esta petición en la que explico y detallo los hechos. Te animo a firmar y difundir: tal vez una persona sola no pueda luchar contra los gigantes que intentan aplastarnos injustamente con sus abusos de poder, pero con la colaboración de quienes sufren o pueden sufrir sus decisiones arbritarias, SÍ SE PUEDE: 
https://www.change.org/p/mark-zuckerberg-facebook-que-facebook-no-deshabilite-p%C3%A1ginas-sin-avisar-y-sin-explicar-los-motivos?recruiter=17399505&utm_source=share_petition&utm_medium=copylink


IMÁGENES Y POESÍAS

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Los poemas y textos pertenecen a la autora del blog, Matilde Selva López, a excepción de aquellos en los que consta el nombre de otros autores.