El retrete atascado escupe su mierda sin cesar y algunos huyen
despavoridos para refugiarse entre dioses y pantallas. Otros,
resignados, se acostumbran a vivir con la putrefacción y su
pestilencia: “de la mierda vengo, mierda soy, a la mierda voy”.
Muchos más se creen el marketing de que es chocolate y está muy
rica, aunque les haga vomitar, así que la saborean y reparten con
placer. Unos cuantos dicen que hay que limpiarla, pero es un trabajo
tan asqueroso que siempre hay pocas manos para tanta mierda: o bien
acaban desintegrados por el esfuerzo, o bien son contaminados por su
apestosa proximidad. Y muy pocos se atreven a gritar que la única solución es
destruir el retrete estropeado y cambiarlo por otro nuevo para que deje de
inundar de inmundicia el planeta.
Quizá solo por estos, merece la pena vivir contra la mierda.
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