En la boca me hierven sólo hiel y vinagre,
alambradas de púas van cercándome el pecho
y una cuerda de hielo estrangula mi estómago.
Ya son miles de horas desde la última herida,
cicatriz que supura a la mínima luz
y me entierra de nuevo en las sombras del frío.
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Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, pero es más agradable hacerlo en buena compañía.