REGALOS DE ENSUEÑO

-Subétela, está por aquí abandonada, le dijo el hindú vestido de blanco desde el deslunado más bajo del edificio mientras la ataba.

Ella la subió, estirando de la cuerda anudada en su balcón, sin dejar de mirar esos ojos enormes y redondos, siempre abiertos sobre una simpática sonrisa que daba a su rostro una expresión dulce e ingenua a la vez.

Aunque algo recelosa, la dejó suelta por la casa admirando como erguía animada la mitad superior de su cuerpo para observarlo todo desde su aplanada y enorme cabeza, mientras que, con la mitad inferior, se deslizaba rápidamente por el piso como cualquier mascota doméstica e incluso jugaba con un gato que sabía suyo aunque apareciera de improviso.

Se alegró de haber acogido aquella gran cobra violeta sin hogar.

Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras intentaba descifrar el enigma pero, como en otras ocasiones, había unos límites inescrutables, pues era incapaz de acordarse con exactitud de aquellos signos iluminados para traducir su significado. 

No sabía de dónde venía ni como había llegado hasta sus manos, ni siquiera se lo preguntaba. 

Solo lo miraba admirando su tamaño y antigüedad, su exterior de cuero marrón repujado que empezó a acariciar. Y a cada roce de sus dedos unas ocultas palabras se iluminaban en extraños signos, tal vez hebreos o similares, que variaban su forma y contenido según la zona que tocaba.

Pero no se sorprendió, quizá porque aquel idioma era desconocido para ella.

Tal vez, otra noche encontraría de nuevo entre sus manos aquel desconocido, mágico y antiquísimo libro cerrado que revelaba su secreto a través de las caricias en su lomo y, entonces, sí le desvelaría el aún oculto misterio de sus letras.

O, tal vez, ya le había comunicado lo esencial en este sueño.