García deja el maletín sobre la vieja mesa de
melamina, al lado de la pila de documentos aún por revisar. Llega antes de la
hora para no encontrarse con los compañeros de trabajo: teme que las miradas le revelen su futuro.
Se sienta en la silla de plástico sin ruedas giratorias y
coge el primer escrito, pero sus ojos no pueden apartarse del pomo de la puerta
mientras sus oídos sigan atentos a los pasos que recorren el largo pasillo de
oficinas.
Menos mal que ya es viernes, suspira, aunque sabe que esto no significa
que pueda concentrarse en los papeles atrasados. Lleva toda la semana pendiente
de la carta. Algunos ya la han recibido. Tal vez él no la reciba, se dice; el
director conoce que casi ninguna empresa contrata a personas de su edad, y todavía
le faltan quince años para jubilarse porque las reformas de las pensiones han
alargado un quinquenio más el límite obligatorio. Capítulo siguiente
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Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, pero es más agradable hacerlo en buena compañía.