Lo abrió al comienzo de su carrera, pero era tan insignificante que
no contuvo los remordimientos. Dos años más tarde, cuando consiguió
agrandarlo, ascendió a director de Recursos Humanos y pudo ejecutar
su primer ERE sin problemas. No se inmutó con las súplicas de los
compañeros de trabajo despedidos, ni por las lágrimas de la novia
que abandonó después. Tampoco dudó en cambiar el número de
teléfono para que sus padres dejaran de molestarlo con sus dolencias
y reproches.
Ahora tenía nuevos amigos, tan imperturbables como él; gracias a
ellos pronto ingresaría en un
famoso club
mundial que solo
admitía personalidades selectas
y poderosas. Necesitaban
hombres de
grandes huecos en
el incipiente Cuarto
Reich.
Los huecos ayudan mucho a la existencia. Lástima que a algunos no es imposible tenerlos. Personalemente, los echo de menos, aunque no me gusten. Un saludo, amigo.
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