Mi querida
hermana:
No me olvido de
ti aunque me ignores cuando te sientes bien, ni a pesar de que mi presencia te
disgusta cada vez que me aproximo. Lo comprendo: soy consciente de que a nadie
le complace que le recuerden sus tristezas, miedos y rencores; esas tinieblas
que arrojas sobre mí en tus peores momentos. Pero, por mucho que me desprecies,
llevamos demasiado tiempo juntas y sé todo aquello que menos te gusta de ti y
no quieres que descubran los demás. A mí no me importa aguantarte, hermana; ya
sabes que me alimento de tus oscuridades como un cubo de basura sin fondo, o un
golpeado, y siempre dispuesto, saco de boxeo.
A cambio, espero
que comprendas de una maldita vez que debo perseguirte varias veces al año para
que revivas tus errores y aceptes, sin dramas, que te escupa la porquería que
me arrojas o te devuelva los golpes recibidos. Después, volveremos a empezar de
nuevo, como siempre, porque si tú no elegiste ser mi hermana yo tampoco elegí
acompañarte durante toda la existencia.
Con el afectuoso
odio habitual, te saluda:
tu inseparable sombra