Hablemos
de las sonrisas sepultadas en los abismos interiores;
hablemos
de los abrazos que agonizan
entre los dientes insaciables de
este mundo;
hablemos de esos ángeles de carne
con sueños
gigantescos como alas y lágrimas terrestres
que sufren
demasiado para morir temprano
y nunca aparecen en los libros
sagrados ni en la Historia
aunque sepan amar como el latido,
a
cien cálidas sonrisas por minuto
y un abrazo al instante con
luz en las pupilas.
Hablemos, sobre todo, de esas manos
cercanas que liberan,
con solo su amistad, lo mejor de
nosotros.
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Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, pero es más agradable hacerlo en buena compañía.