La sombra
acecha tras la esquina de una calle anónima. Imagina a su presa por
el repiqueteo de los zapatos sobre la acera: los pasos cortos,
rápidos y desiguales le revelan a una mujer joven, delgada y algo
ebria; una zorra que vuelve a casa
sola después de una noche desenfrenada; otra putita más que no
podrá escapar de él gracias al ajustado vestido corto y los
taconazos que utiliza para provocar.
Se asoma hacia el sonido de los pasos con una mano en la bragueta,
deseando que la realidad confirme su perversa fantasía, pero sólo consigue ver la oscura forma que se abalanza sobre él.
—Hola
machote, ¿me esperabas? —dice una voz femenina.
El
cazador observa
a la que
acaba de agarrarle el cuello: sudadera con capucha roja, vaqueros, zapatos de tacón bajo... Cómo
no, piensa,
sólo
una marimacho de
gimnasio
podría tener tanta
fuerza. Cierra
las manos e intenta golpearla. La mujer esquiva los puñetazos
y le
inmoviliza
los
fornidos brazos
contra
la pared; a continuación, aproxima su rostro al
del hombre
y sonríe.
Él mira
asombrado la boca de gruesos labios granates: nunca ha visto unos
dientes tan afilados.
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Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, pero es más agradable hacerlo en buena compañía.