Sara coge la
pluma. En los últimos días escribe mal. A veces no sale la tinta. A
veces ésta cambia. La está abandonando, como hizo Miguel.
Le costó cara.
Pensó que el alto precio sería sinónimo de calidad y duración,
pero está muriendo antes de lo previsto, igual que sucedió con
Miguel. La prueba de nuevo. Se desliza con negra fluidez sobre tres
páginas. A la cuarta, fluye en rojo. Sustituye el cartucho. Funciona
unos segundos hasta que silencia todos los nombres, excepto Miguel.
Intenta trazar otras palabras. Inútil hasta que escribe Adiós, en
rojo. La avalancha de imágenes paraliza la mano.
Las primeras
indiferencias. Las disputas. El golpe. La sangre en los labios
partidos de Sara. El miedo es una pluma que no puede escribir. La
estilográfica contra el vacío como refugio. El cuarto día, como
fin. Un jueves se quedó sin tinta y penetró el cuerpo masculino.
Adiós en rojo, Miguel.
Adiós en rojo, Miguel, suena bien, pero cuánto infierno esconde esa palabras.
ResponderEliminarPor aquí aparezco, Matisel, te voy leyendo.
Besitos